Por ANA LUCÍA ORTEGA (texto y fotos) ©
Cuando vayas a
Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapies…
Así empieza el
famoso chotis que identifica a la capital española, y a los madrileños de
origen que se llaman a sí mismos «gatos», siempre que sus padres sean también
«de pura cepa».
No voy a tararear la letra de la música más castiza de las
verbenas. Lo que quiero es convencerte de que callejees la ciudad, para que
aspires la esencia íntima de una metrópoli que ha crecido mirándose el ombligo,
y que se ha abierto al mundo por imperativo del auge del turismo. Recuerdo que
en mi primer viaje a Madrid costaba ver un cartel en inglés, por no decir que
no existía ninguno. Ahora, se comunica en ambas lenguas prácticamente todo lo
que haya que anunciar.
Para no perderme
por las ramas, es decir, por las arterias de esta gran urbe, voy a mencionar
solo una calle. Una sola. Espero que te quedes con deseos de conocer alguna
más. Está en el Barrio de las Cortes, en
el distrito Centro de Madrid.
Esta es la boca del metro de Antón Martín. Saldrás directamente a la Calle de Moratín. |
La calle de
Moratín me gusta porque de día aparenta vivir tranquila, sin ruidos. De noche y
los festivos, no me arriesgo a afirmar lo mismo, porque es una zona de copas.
La señora pasea a su mascota con ritmo pausado. No hay prisas... |
Es de semblante anticuado, sosegado, te hace viajar en el tiempo. Nace en la populosa calle de Atocha y desemboca en la Plaza de la Platería de Martínez, aledaña al majestuoso Paseo del Prado. Si caminas desde el principio hasta el final, apreciarás el cambio existente entre el semblante caduco de los edificios de esta arteria y los monumentales construidos a lo largo del Prado.
Estos son algunos
de los sitios donde se puede descansar, comer y beber a lo largo de la calle de
Moratín. En la esquina con la calle de
Jesús, está “La Maripepa”, una taberna con una genuina fachada que te hará cuestionarte
qué encontrarás detrás de esas ventanas y puertas de madera. Aquí sirven
cervezas, cócteles y tapas. Está bien para refrescarse y tomar impulso.
Si te
gusta el vino, en el número 36 encontrarás la “Vinacoteca Moratín”. La fachada
es tan impersonal que no representa en absoluto el ambiente acogedor del
interior. “La Verónica” es otro restaurante con un rico sabor mediterráneo, y un lugar de encuentro que ha
estrenado imagen, apostando por una decoración inmaculadamente blanca; en la
fachada todo lo contrario: suntuosidad en estado puro.
Lo mejor de la
calle Moratín son las fachadas de algunos de sus edificios, las puertas que los
resguardan, los balcones con los forjados en hierro y con sus macetas cuajadas
de plantas. Perviven aquí los recuerdos, los colores, las piedras, las maderas
que no se vencen y, hasta llaman la atención, los nombres de las calles vecinas
que cruzan perpendiculares. Es todo aquello que conforma su identidad.
La fachada de una antigua farmacia |
La calle exhibe
la placa que recuerda el nacimiento del más famoso de los Moratines, don
Leandro Fernández Moratín (Madrid 1760-París 1828), a quien debe su nombre esta
vía. Según consta, hubo
Así
comenzó su carrera quien fuera el más destacado dramaturgo del siglo XVIII
español. Se piensa que una de sus obras más famosas, la comedia El sí de las niñas (1805), se inspiró en
la decepción amorosa que sufrió, cuando su amada Isabel Conti Bernascone, que
residía en el piso alto de su misma casa, por imposición familiar se casó con
un tío que le doblaba la edad.
Como la calle de
Moratín, el Barrio de las Letras de Madrid donde se enmarca esta vía, está
plagado de historias caballerescas, las cuales sirvieron para alimentar la
inspiración de los grandes literatos, pintores y todo género de artistas, que
moraron estos predios y contribuyeron al Siglo de Oro español.
Continuaré recorriendo calles como ésta en la interminable, curiosa y sorprendente Madrid.
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